El porteador de narcóticos. Parte I

Difunde cultura

En una mañana tórrida e inusual para la época en la que se vive la primavera hispánica, la confraternidad se materializaba en ansias de vivir experiencias juveniles repletas de comedia verbal por parte de los conocidos que nos metíamos en un viaje a las tierras hispalenses en un coche impoluto a disfrutar de los cuerpos y mentes liberadas como buenos veinteañeros. Con un paisaje digno de retrato (de acuarela o fotograma), el júbilo por esta aventura social y gastronómica nos hacía imaginar lo impensable, y es por ello que todo el grupo de colegas estaba pleno de alegría. Zarpando a las nueve de la mañana hora de nuestro Señor, llevábamos en el equipaje del carro ropajes, líquidos, unos pocos panes y embutidos procedentes de diverso lugar, ya que aunque comprados en tiendas muy cerca de nuestras casas, el origen de estas magras era disperso (carnes curadas en secaderos andaluces, zamoranos y salmantinos de excelente sabor e insuperables olores). Contábamos anécdotas para amenizar el trayecto, pues la experiencia vital alimenta esencias, conciencias y conocimientos, elevando nuestro mundano nivel cultural a cotas a veces anheladas por eruditos del arte de la palabra escrita.

Uno de nosotros nos hizo reír bastante tiempo, debido a sus peripecias realizadas hace pocos meses con una compañera de clase deseada por el resto de la promoción: una mujer bellísima. Era un verdadero logro para este joven de la pandilla el poder haber conseguido seducir a semejante rubí según nos contaba, ya que el pupilo de la universidad de la vida, de aspecto físico no podría catalogarse como un macho humano de estampa solemne sino más bien estrecho de hombros y pecho, piernas más mal hechas que la firma de un loco y cabeza lozana que le proporcionaba eso sí un cerebro prodigioso, asombrando a la muchacha desde la primera parrafada. El cortejo de nuestro amigo sentado en el asiento de copiloto de la nave contado sin pelos pero con muchas señales, provocó en el cuarteto de juerguistas una agitación que desembocó en una repentina parada en un área de descanso, ya que a nuestro conductor empezó a no poder respirar, y uno de los compañeros de detrás sufría agotamiento maxilar, temiendo por la consiguiente urgencia en la descarga del líquido contenido en su vejiga.

Orinar es un inmenso placer, aunque hacerlo sin poder cerrar la boca dejando posible la entrada de bicharracos de cualquier tipo de tamaño es una tarea solamente realizable por maestros del cachondeo hormonal. Estuvimos preocupados hasta que poco a poco, por supuesto con el dolor correspondiente, el joven empezó a juntar sus labios y bajar las pulsaciones de su corazón agitado por la historia de nuestro amigo tan antiestético y galán. Dicha parada nos sirvió para realizar ejercicios de estiramiento pélvico, el llenado parcial de nuestros hambrientos buches unidos a cálculos matemáticos de la hora aproximada de llegada a la ciudad radiante, la capital del arte, la metrópoli del dulce y perfecto baile flamenco, el santuario del gozo. Cambiamos de pilotaje con el fin de distribuir las fuerzas; era necesario por precaución y devoción hacia nuestros padres, hermanos, primos y demás queridos y queridas llegar vivos a la gran fiesta, y así conservar energías para darle gusto a los placeres más instintivos que cualquier animal humano siempre, y hasta el día de su fin, quiere tener y explotar.

El calor que empezaba a ser palpable en nuestras espaldas se mitigaba con el aire acondicionado. Era claro que nos estábamos acercando al destino quedándonos en realidad un buen trecho, debido a que no se trata únicamente de entrar en la urbe; además debíamos encontrar la posada donde se habían reservado las habitaciones. Es igual, de nuevo contábamos con un mapa parlante que nos indicaba hasta dónde podíamos parar para realizar una evacuación rectal de urgencia si era preciso. Salvo el capitán de la nave, los tres acompañantes del trayecto hasta la capital del baile permanecíamos realmente perplejos de la belleza expuesta; la historia que respiraba esta ciudad hacía rivalizar sus piedras medievales con el más engalanado hormigón. Su esplendor era digno de comentar tal y como me narraron conocidos y familiares. De hecho antes de ir a nuestros aposentos, nuestro teniente motorizado decidió dar una vuelta para deleitarnos con nuestros propios ojos, algunos de ellos ayudados con lupas de distinta graduación.

Era casi medio día y nuestros estómagos protestaban con razón demandando vituallas de estilos varios, por lo que una vez llegados a la hostería dejamos nuestros equipajes y caminamos para encontrar una taberna que nos diera bien de engullir, siempre ayudados a localizarla por la gente del lugar. Nos regaron con cerveza fresca en la fonda en cuestión; y no solamente bebimos bien sino que tal y como se dice en estos siglos, comimos de puta madre debido al decoro que los especialistas de este gremio y en este sitio ponen con el fin de satisfacer a sus clientes, regulares y esporádicos; pusieron todo su empeño, como nuestro amigo el feo hizo con su ligue del fin de semana anterior. La dosis pecuniaria a pagar no fue para ser sinceros nada escasa, aunque mereció la pena comprobando la calidad de los manjares que tomamos los cuatro magníficos. Tuvimos suerte de encontrar dicho sitio para comer cerca de nuestro lugar de descanso, ya que volvimos tranquilamente admirando la barriada en la cuál estábamos alojados rumbo a los altares del sueño vespertino, que suele ocupar en días de asueto un mínimo de hora y media, hasta que quedáramos con un amigo de allí que nos iba a enseñar los rincones palaciegos y las zonas más sensuales de la comarca.

Ronquidos sazonados con otros ruidos corrieron por doquier en mi habitación; y lo afirmo sin enterarme porque las carnes con salsas producen unas reacciones químicas difíciles de explicar, si encima mezclamos dicha comilona con un postre denso, una buena copa de brandy local y unos cigarros para alborozo de nuestros paladares. Otro de los motivos que me hacen reafirmarme en esta teoría era el ambiente tan cargado que se respiraba una vez despertados de nuestro breve letargo, y es que tuvimos que abrir las ventanas mientras llamábamos a los otros insurrectos para que dejaran de tumbarse en los colchones y movieran sus panderos de camino a nuestra morada. Llamamos a nuestro colega que se sabía las calles, plazas, edificios y rincones al dedillo, quedando con él en la misma puerta del hotel para después irnos a contemplar la maravilla hecha empedrado con toda su inmensidad; mi alegría de ver a mi amigo emigrado tras tantos meses de llamadas y mensajes fue inmensa.

Juan el hispalense seguía igual: con su camisa perfectamente alineada y manufacturadas en su sastre de confianza, vistiendo como un perfecto señorito; y es que Juan, a decir verdad tiene facha para lucir semejantes telas. Seguía casadero por pura vocación ya que admiradoras y pretendientas no le faltaban; era y es un chico con bastante éxito entre el público de ligoteo comprimido y desliado. Mientras nos fascinábamos con el paisaje municipal y humano no paraba de hablarnos de lo bien que se vive ahí, del clima que salvo en verano que les visita el mismo señor demonio con temperaturas propias de arenales implacables, se puede calificar de magnífico. El yantar en esta parte de la geografía hispánica es especial, aunque yo ya había probado otras provincias que me hacían pensar lo única que es cada una de ellas. Es normal que cada cuál tire por lo suyo no desmereciendo al vecino, siempre que sea bueno el fulano cercano.

Nos llevó al cuarteto huertano a un sitio precioso con un patio interior propio de la tierra, de típicos azulejos vistosos y perfectamente pintados por ingenios de la cerámica ornamental para casas de ese tipo; estuvimos tapeando de lujo contando con un servicio impecable y con un profesional hostelero que nos contaba unos chistes y situaciones cómicas dignas de publicación, con esa gracia natural que solamente tienen ellos para hacer por segunda vez que nuestras mandíbulas sufrieran unos minutos y visitáramos el lavabo más de la cuenta, en especial nuestro amigo el horripilante, que era de vejiga suelta, ¿y de culo?. Tras la cena quedamos con unos compadres suyos como él dice; eran la élite de la ciudad, cortados todos ellos por el mismo patrón de vestimenta; el trato hacia nosotros fue extremadamente correcto, preocupándose en todo momento de que no hubiera copa sin servir ni preocupación que solventar. La verdad es que su amabilidad nos dejó perplejos. Hacía tiempo que no nos relajábamos tanto y disfrutábamos de una compañía ajena a la que normalmente tenemos en nuestro lugar de residencia; necesitábamos cambiar de aires, de zona, y pobres de quienes no lo hagan o no puedan hacerlo, porque su seso puede llegar a contraerse produciendo incultura moral.

Tocando drogas socialmente aceptadas, un miembro del clan se atrevió a hacerse un cigarrillo adúltero; se trata de una mezcla de tabaco y productos químicos con un poquito de grifa que traen de un lugar no muy lejano y que al guapo defenestrado y a mi nos produce un estado de calma tal, que ni el más experimentado profesor de meditación ha logrado conseguir en nuestras ánimas. Todo fue como la seda; las horas volaban y la nocturnidad fue gratificante. De hecho hubo quedada para el día siguiente también de noche, porque la ocasión lo merecía; tuvimos chistes, consejos sobre cómo afrontar la puerca vida, deseos para el futuro, brindis a la luna llena, carcajeo sin descanso y estados anímicos que nos hicieron caer en el júbilo más absoluto haciéndonos pensar que todo merecía la pena, que nada importaba salvo el ahora mismo. Fue antes de irnos cuando el amigo de lo abstracto asombrado por el sabor y el efecto del pitillo putativo, pidió a uno de los contertulios callejeros que nos dijera las señas del proveedor de esa maravilla alcaloide que habíamos fumado; nos dio su número de teléfono y su nombre, pidió cuando le llamáramos que fuéramos de su parte, ya que en estas lides el contacto es esencial si quieres que te vendan esa maravilla. Nos acompañaron hasta la entrada a la querida posada ultramoderna, pues con tal estado de ceguera y en desconocimiento de estos sitios tan bonitos, podríamos habernos ido donde nadie nos había llamado salvo para encontrar problemas o fatigas, como dicen ellos. El horror hecho casi hombre estaba exultante con eso de saber que a la mañana siguiente tendría de nuevo más sustancia relajante; padecía de ansiedad desde hace meses, justo cuando la asaltante de su lívido lo dejó sabiendo que no iba a verla de nuevo, ya que aunque nuestro amigo era consciente de sus limitaciones físicas nunca admitió la aventura imaginando que podía ser algo más, un poco idílico, algo casi perfecto y eterno: relaciones fallidas. Nos costó dormir porque llevábamos las sonrisas pegadas a nuestras almas recordando la inmediata y pasada noche de cachondeo español, todas las bellezas que habían admirado nuestra vista (las mujeres de ese lugar son verdaderamente impactantes, contando además que se arreglan con un estilo encomiable). Pero finalmente el cansancio de los cuerpos hizo sucumbir ante unas camas adoradas como dioses del olimpo, que estaban esperando para ser usadas como rescatadoras de nuestros sueños perversos que esa noche no cumpliríamos.

Era una mañana preciosa en la ciudad del recreo; salvo al feo, a nadie le costó levantarse porque todos llevábamos escrito en las cabezas aprovechar el instante todo lo que nuestras capacidades y energías pudieran dar; salvo el bello falseado. El maldito pito infiel lo dejó al parecer en un estado de gilipollez celestial…

FIN Parte I


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