“La música es algo muy espiritual. Cuando funciona, es como si no tuvieras nada que ver con ella, tan sólo estas ahí mientras sucede. Simplemente fluye, surge naturalmente, la escuchas más allá de ti misma. El día que grabamos The Trinity Session, durante I’m so lonesome I could cry, recuerdo escuchar mi voz flotando hasta la parte superior de la iglesia y volver a bajar y pensar: “Dios mío, esto es tan hermoso”. Como si alguien más estuviera cantando por primera vez. No tenía nada que ver conmigo. Fue una experiencia extracorpórea”.
Margo Timmins
Cowboy Junkies es una banda canadiense ecléctica con resonancias country, rock, blues y folk. Está formada por los tres hermanos Timmins: Margo (cantante), Michael (guitarra y compositor principal) y Peter (batería), con la aparición en colaboraciones esporádicas de su otro hermano John. Alan Anton al bajo y la habitual colaboración del virtuoso e ínclito multiinstrumentista Jeff Bird completan la formación original que se ha mantenido inalterable durante todos estos años. Es, por lo tanto, un grupo musical familiar en un sentido amplio: espontáneo, hogareño, sencillo, con gran camaradería y conocimiento mutuo; procurando la búsqueda de lo artísticamente extraordinario a través de lo materialmente ordinario. Toda su discografía es absolutamente magnífica.
La característica fundamental de Cowboy Junkies es su armonía minimalista; una cadencia lenta, meditativa, que enfatiza los sonidos, las letras y la voz creando una atmósfera tan real como onírica, tan prosaica como creativa, tan frágil como resistente. Estas aparentes paradojas forman parte de su naturaleza estética. Su latido vibra en la calma de la tormenta. Su integridad y confianza surgen y brotan de la tempestad. Tocan y suenan en el ojo del huracán aparentemente sosegado, pero al mismo tiempo corrosivo. Recordemos a otro músico canadiense muy admirado por los hermanos Timmins: Neil Young cantaba en su popular Like a Hurricane: “You are like a hurricane, There’s calm in your eye, And I’m gettin’ blown away, To somewhere safer where the feeling stays, I want to love you but I’m getting blown away”.
El disco más famoso de Cowboy Junkies es The Trinity Session, un álbum que refleja descarnadamente la singularidad de este grupo asombroso. Un disco milagroso. Las letras son de un lirismo abrumador. Desde un hondo sentimiento artístico personal y propio describen un enorme universo de personajes en los que todos nos sentimos revelados: perdedores, viajeros, adictos, amantes, buscavidas, desconcertados, desencantados… Hay pureza y ceniza, pérdida y esperanza, humor y dolor. Una inusual mezcla de cultura occidental y oriental. El ying y el yang cantado e interpretado con un realismo descorazonador y alentador. Hay algo de tradición zen en su manera de contar historias cotidianas, la percepción de lo natural e importante en lo comúnmente vital, la falta de ego alejándose del star system del pop-rock y la visión del arte como entrega generosa en beneficio de los demás. Decía Michael Timmins: “Hay una verdadera contradicción en nuestras personalidades. No buscamos la atención. Me gusta estar solo. Aunque me encanta la sensación de estar en una multitud y experimentar algo como parte de un todo, pero nunca quiero ser el centro de atención. Obtenemos una gran emoción de la conexión, no de ser los que hacen la conexión. Nos encanta subir al escenario, pero la emoción no es: “¡Mírame!” Es más el potencial de tener una de esas actuaciones en las que conectas con los demás y eso es increíble. Eso es lo que siempre nos ha ilusionado”.
The Trinity Session es magia, éxtasis, muy cercano a una epifanía. Ayudan a crear esta atmósfera mística los enormes músicos en estado de gracia (divina): los cinco miembros clásicos más John, la pedal steel guitar y el dobro de Kim Deschamps, la armónica de Steve Shearer y el acordeón de Jaro Czwewinec. Pero no sólo los músicos forman parte de este ambiente ascético. El disco se grabó en The Church of the Holy Trinity de Toronto, una iglesia que se mantuvo abierta a los visitantes durante la grabación del 27 de Noviembre de 1987. Ese día se realizaron varias tomas, todas grabadas en directo. La naturaleza de la voz etérea de Margo y los arreglos e instrumentación de Peter Moore, junto a la acústica de los techos altos de la iglesia y la reverberación y ecos que enigmáticamente provocan, confieren ese aire sobrio, austero, casi cavernario, pero al mismo tiempo apasionado que hace de este disco una obra de arte misteriosa. Algo especial sucedió ese día. Todos parecen estar en el mismo espacio físico, mental y emocional, conectados místicamente por una fe recobrada. ¿Qué mejor sitio para recuperar la fe que una iglesia?
La importancia del lugar de grabación nos remite al músico David Byrne que en su prodigioso libro Cómo funciona la música explica: “La música occidental de la Edad Media era interpretada en catedrales góticas de muros de piedra y en monasterios y claustros de arquitectura similar. En esos espacios el tiempo de reverberación es muy largo —de más de cuatro segundos, en la mayoría de los casos—, de manera que una nota cantada unos segundos antes flota en el aire y se convierte en parte del paisaje sonoro presente. Una composición con cambios de clave musical invitaría inevitablemente a la disonancia, pues las notas se superpondrían y chocarían en una verdadera colisión sónica. Así, lo que se desarrolló, lo que mejor suena en ese tipo de espacios, tiene estructura modal, a menudo con notas muy largas. Melodías de progresión gradual que rehúyen cambios de tono funcionan magníficamente y reafirman su ambiente místico. Esa música no solo funciona bien acústicamente, sino que ayuda a establecer lo que entendemos como aura espiritual”.
Es un álbum orgánico, hay que escucharlo completo de principio a fin, desde Mining for Gold hasta Walking after midnight. No hay que explicar ni describir canciones. Hay que vivirlas. Es un disco único que mantiene esa unicidad sin importar las veces que se escuche. Estamos ante una experiencia vital que va más allá de la música. Un disco atávico pero al mismo tiempo contemporáneo, de una vigencia eterna.
Menú y maridaje
Comida ancestral del Medio Oriente combina genial con este disco tan primigenio. Son fáciles de hacer, por lo que os podéis animar a preparar las recetas: Tabbule, Hummus, Muhammara, Labneh (queso de yogur), Baba Ghanush o Dolmas (rellenas de lo que queráis). Un buen pan de pita sería aconsejable ya que se parte con las manos y ayuda a crear un rito comunitario. También se pueden preparar crudités para ir dipeando. Lo ideal es comenzar con un buen vermú para ir dando paso a un vino tinto potente de la variedad Monastrell, Syrah o Merlot. De postre cualquier cosa que tenga chocolate negro (más del 70%) y/o dátiles: unas trufas espolvoreadas de cacao amargo, por ejemplo. Reservad una botella de vino para el postre (o la sobremesa).
Compañía
Si conocéis (o sois) ateos o agnósticos, la escucha de este disco es obligatoria. Puede que después tengan (o tengáis) la necesidad imperiosa de ser (re)bautizados. Podéis compartir el vino mientras disfrutáis de esta liturgia angelical y llevar a cabo un bautismo pagano (ojo: las manchas de vino son difíciles de lavar).
Bonus track
El 4 de Noviembre de 2006 la banda volvió a la iglesia de Toronto para grabar Trinity Revisited, disco que se publicó al año siguiente. Invitaron a participar a los introvertidos Vic Chesnutt, Ryan Adams y Natalie Merchant (espectaculares en sus colaboraciones). Sigue la estela mágica y espiritual del disco originario grabado 19 años antes. Una gozada.
No hay reseñas todavía. Sé el primero en escribir una.