La era cibernética del gusto acrítico

Difunde cultura

Deshojar la margarita: opinión vs crítica

Me gusta, no me gusta, me gusta, no me gusta, me gusta… No se sale de ese bucle. Se confunde opinión con crítica. En griego clásico la opinión era doxa, esto es, una creencia que puede sostenerse más o menos de manera motivada pero que no ofrece pruebas ni garantías de su validez, carece de demostración y, por lo tanto, puede (y debe) ser sometida a discusión y a duda. Es lo que suele definir a los cuñaos. Crítica viene del verbo griego krinein que quiere decir juzgar, evaluar, discriminar, separar, decidir… esto es, elegir, diferenciar, poseer criterio (comparte etimología con crítica). Es lo que suele definir a los pedantes, eruditos o intelectuales. Para tener capacidad crítica hay que estar comprometido con una metodología, una técnica, un Arte. Oscar Wilde, en el primer volumen de su obra El crítico como artista titulada Con algunas observaciones sobre la importancia de no hacer nada, escribe: “El crítico mantiene con la obra de arte que critica la misma relación que el artista con el mundo visible de la forma y el color, o con el mundo invisible de la pasión y el pensamiento (…) Para el crítico, la obra de arte no es sino una simple sugerencia para producir su propia obra, la cual no requiere forzosamente una semejanza obvia con lo que critica”.

Resumiendo: todos tenemos opinión pero no todos tenemos capacidad crítica. La opinión es espontánea, emocional, voluble, como la rabieta o el capricho de un crío. La opinión no es conocimiento. La crítica sí es conocimiento ya que conlleva estudio, reflexión, atención, análisis y compromiso. Charles Baudelaire en su texto ¿Para qué la crítica? lo expresa claramente: “En cuanto a la crítica propiamente dicha, espero que los filósofos comprenderán lo que voy a decir: para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica ha de ser parcial, apasionada, política, es decir, hecha desde un punto de vista exclusivo, pero desde el punto de vista que abra el máximo de horizontes”. Se suele usar mucho la expresión opinión crítica, esto es un oxímoron: si es opinión no puede ser crítica, si es crítica no puede ser opinión. Hay que tomar partido: o se es cuñao o se es intelectual, no hay término medio. Los chistes sobre cuñaos son muy populares y nos hacen gracia porque en el fondo sentimos cierta simpatía y empatía por ellos. Todos, en menor o mayor medida, nos vemos reflejados en las opiniones cuñadistas. A los pedantes, eruditos o intelectuales se les desprecia, se les cataloga de “elitistas, arrogantes, ininteligibles, pajeros mentales, aguafiestas, snobs…”. En mayor o menor grado siempre ha sido así pero hoy, con la supuesta democratización de todas las opiniones a través de las redes sociales, se ha desorbitado.

Todos los juicios son válidos: fake democracy

Hay frases hechas y refranes que son auténticas gilipolleces: “Para gustos los colores” o “Sobre gustos no hay nada escrito”. ¿Qué narices quieren decir estas sandeces? ¿Sobre gustos no hay nada escrito? Esto sólo puede ser creído por verdaderos ignorantes. Se ha escrito sobre el gusto desde Platón hasta Bourdieu, pasando por Hume, Gerard, Kant, Hutcheson, Addison, Baumgarten, Schiller, Adorno y un largo etcétera. Hay bibliotecas llenas de libros sobre el gusto desde una perspectiva estético-filosófica. David Hume expresó: “No todos los juicios tienen el mismo valor”. Parece que hoy se ha invertido la observación de Hume y se ha intensificado el valor de esos juicios. No sólo son válidos sino que deben publicitarse en todo momento y lugar, en todas las redes sociales y plataformas, a todas horas.

Sapere significaba en su origen latino “ejercer el sentido del gusto y tener juicio”, esto es, saber discernir lo bueno de lo malo en el comportamiento humano. Poseer esa cualidad convertía al homo en sapiens. La sapiencia o sabiduría era la facultad de conocer por el gusto. El gusto fue el origen de la estética como rama filosófica que comienza a estudiar el Arte en el siglo XVIII. El gusto estético en la época de la Ilustración tenía una pulsión de universalidad, se quería construir un gusto comunitario, no valía el “gusto particular de cada uno”. La época posmoderna cambia el paradigma y los universales desaparecen, como decía Lyotard: “A la descomposición de los grandes Relatos Universales le sigue eso que algunos analizan como la disolución del lazo social y del paso de las colectividades sociales al estado de una masa compuesta de átomos individuales”. Las relaciones internautas se basan precisamente en esa atomización individualista: la construcción de un espacio virtual fragmentado y asentado en un conjunto de redes sociales digitales que disgregan los discursos hasta la personalización más absoluta, donde cada sujeto participante en la Red forma parte del discurso a partir de su visión particular y explicación propia de los eventos que le rodean. Es el triunfo de lo micro frente a lo macro. La falsa democracia cibernética se convierte en lo que Éric Sadin titula La era del individuo tirano. El fin de un mundo en común. Este individuo tirano, narcisista, ofendido, victimista, extremista y opinólogo forma parte de un totalitarismo de la multitud cibernauta que pasa el tiempo agregando amigos, comentando, insultando, calificando, recomendando, retuiteando, creando grupos, subiendo fotos y vídeos, actualizando estados, calificando canciones, reseñando libros, puntuando pelis…

Firmes y en fila: ¿Son las listas tontas?

En términos antropológicos y sociológicos las listas son técnicas de control gubernamental para evitar que una multitud se convierta en una masa peligrosa e impredecible. Las personas se separan y se colocan una tras otra, en una línea. Las listas son líneas abstractas, señales que esperan ser procesadas. En contraste con la multitud abierta que puede aumentar y luego desintegrarse repentinamente, la lista es estable y fija. La lista es, por lo tanto, un símbolo de jerarquía, poder y estabilidad. Como símbolo del orden racional, la lista evita que los sujetos atomizados formen articulaciones no deseadas de energías colectivas. Lo comunitario se vuelve aislado y detallado, la multitud se hace manejable. Las autoridades necesitan que estemos alistados y obedezcamos sus reglas. Una vez que somos capturados por el orden espacial de la lista, no podemos saltarnos un puesto o simplemente salir. Las listas conforman el mundo burocrático kafkiano por excelencia.

En términos de redes sociales, plataformas y diversas webs las listas de recomendaciones “culturales” (o de cualquier otro tipo) siguen funcionando como mecanismos de control pero con un barniz de “utilidad”, cumplen la función de la lista de la compra o una lista de tareas pendientes por hacer. Las 100 películas que ver antes de morir, los 10 libros que leer al menos una vez en la vida, los 50 mejores discos de la historia de la música, bla bla bla bla. Clickbait para amantes de catálogos prefabricados en Red. ¿Quiénes hacen estas listas? Si en la época posmoderna no existe la verdad consensuada ni la gran narrativa sino tantas verdades y narrativas como individuos y si, además, no hay un canon establecido o los antiguos cánones han sido devaluados y desprestigiados por haber sido hechos por “varones blancos heterosexuales occidentales” (el ejemplo más claro es El canon occidental de Harold Bloom), ¿cómo se elaboran esas listas?, ¿con qué criterio?, ¿hay 5.000 millones de listas hechas por cada usuario de Internet según sus preferencias, gustos, ideología, raza o inquietudes personales? Curiosamente si uno navega por Internet buscando listas de obras artísticas sobre cine, música, literatura… casi todas parecen seguir los típicos sesgos de los antiguos cánones del siglo XX. La supuesta revolución cibernauta de la diversidad no existe, se sigue aplicando el mismo lenguaje y los mismos patrones que en el siglo pasado, de hecho, en la era de la falta de cánones todo está más canonizado, fetichizado y venerado que nunca. La diferencia respecto al siglo pasado es que hoy cada individuo tiene su canon particular; un canon, a veces, atravesado por los prejuicios inamovibles de la cerrazón doctrinaria y otras, un canon tan volátil y endeble como los principios de Groucho Marx.

Podemos afirmar que la lista cinéfila por excelencia es la elaborada por la revista del British Film Institute: Sight and Sound. Salvo pocas excepciones no tan conocidas, en general su lista de 250 películas picotea de lo más canonizado y sacralizado de la Historia del Cine: Hitchcock, Welles, Coppola, Kubrick, Varda, Vertov, Lynch, Murnau, Godard, Tarkovsky etc. Nada nuevo bajo el sol. Cada diez años, desde 1952, renuevan la lista. En 1952 la primera peli de todas fue Ladrón de bicicletas. Ciudadano Kane se convirtió en la primera de la lista desde 1962 hasta que en 2012 Vértigo la adelantó, algo que pasó sin pena ni gloria. Hace 2 años fue escogida Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles como mejor película de la Historia del Cine y se montó la típica polémica polarizada cuñadista. Que si Sight and Sound había sucumbido al feminismo imperante, que si los críticos estaban comprados, que si se habían acomplejado ante el predominio de directores machos… Estupideces conspiranoicas sexistas. Jeanne Dielman es una Obra Maestra, tan grande como cualquier otra de esa lista. El orden es irrelevante. Las listas, de cualquier tipo, sólo sirven hoy para alimentar la polarización ideológica en Internet. Las listas no tienen por qué ser tontas pero está claro que atontan (incluida la canónica Sight and Sound).

Numerología y tops: la seducción de las matemáticas

Cuatro películas sobre los campos de concentración son calificadas de la siguiente manera en Filmaffinity: La lista de Schindler: 8.6, La vida es bella: 8.5, Shoah: 8.4, Noche y niebla: 8.2; ¿cuál es el “criterio” de estas calificaciones?, ¿quiénes son los “expertos” que han dado las diferentes puntuaciones?, ¿cómo puede ser que las infumables dos primeras estén por encima (aunque sólo sea por unas décimas) de las otras dos Obras Maestras? En la lista de las mejores películas de terror de todos los tiempos según Espinof aparecen desde El gabinete del doctor Caligari (¿?) hasta Posesión Infernal, pasando por Rec (?¡¿!) o El proyecto de la bruja de Blair (no sé que poner aquí), ¿qué comité de “cinéfilos” ha hecho esta lista?, ¿qué canon han seguido?, ¿cuántas pelis “de terror” han visto para poder tener este “criterio” y qué método han usado para su elaboración? Los 25 mejores discos de la historia según Apple Music: Lemonade de Beyoncé, 21 de Adele, 1989 de Taylor Swift, Discovery de Daft Punk, Thriller de Michael Jackson, Blond de Frank Ocean… entre otros; ¿con qué “criterios musicales” hacen la lista?, ¿son votaciones sólo de usuarios de Apple Music?, ¿cuál es la “capacidad crítica” que tienen? De los 25 libros que debes leer al menos una vez en la vida según fnac aparecen algunos como: El infinito en un junco, Harry Potter y la piedra filosofal, Las edades de Lulú, Watchmen o Cincuenta sombras de Grey, ¿elaboran esta lista escritores, “críticos literarios” o clientes de la tienda?, ¿en qué “gustos literarios” se basan?

Nos fascinan las listas, deseamos hacer tops como si fueran podios de una competición deportiva y si encima los mezclamos con números mejor. Hay que sacar la media, elaborar nuestros “gustos” en relación a la nota de la web mejor valorada por los ¿entendidos? de la materia que sea. No hay nada más emocionante que abrir una web “ducha” en el arte que busquemos, teclear el nombre de la obra que hayas oído por ahí y ver que tiene un… ¡9!, no, no, mejor un ¡9.1! Insuperable. Tiene que ser una obra maestra. Cuanta más gente la valore mejor. Miles de personas no pueden estar equivocadas. Además todas ellas son “competentes” en los diversos “criterios” que ayudan a valorar la obra maestra de la última semana, mes, año o siglo. El arca rusa (2002) de Aleksandr Sokúrov tiene una nota media en Filmaffinity de 7.1 basada en 4.764 votos, Dune: Parte Dos (2024) tiene una nota media de 7.8 basada en 25.260 votos en la misma web. ¿Qué sentido tiene todo esto? Ninguno. Pura numerología. Cifras huecas en la era de lo cibernético computacional. Todas estas webs o plataformas tan sólo refuerzan la mirada vacua del algoritmo humano. Ya lo decía Pierre Bourdieu: “Nada clasifica tanto como las clasificaciones”.

La matemática Cathy O’Neil habla en su maravilloso libro Armas de destrucción matemática de la crisis económica del 2007 y escribe lo siguiente: “Los supuestamente potentes algoritmos que crearon el mercado, los que analizaban el riesgo en tramos de deuda y los distribuían en títulos, resultaron inútiles cuando llegó el momento de poner orden en el desastre y calcular lo que realmente valían todos esos papeles. Las matemáticas podían multiplicar la basura, pero no eran capaces de descifrarla. Eso era algo que solo podían hacer los seres humanos”. La cuestión, 8 años después de que Cathy O’Neil escribiese su libro, es si los seres humanos podemos descifrar el ritmo de algo o somos ya meros algoritmos.

Ruido: la verdadera condición cibernética de Internet

Norbert Wiener, el padre de la cibernética, escribía en su clásico The human use of human beings: Cybernetics and Society en el segundo capítulo Progreso y entropía: “Una forma elemental de la conjunción cuántica entre energía e información ocurre en la teoría del ruido de fondo en una línea telefónica o un amplificador. Puede demostrarse que es inevitable, pues depende del carácter discreto de los electrones que conducen la corriente; sin embargo, es capaz de destruir la información. En consecuencia, el circuito necesita una cierta potencia de comunicación para que su propia energía no se trague el mensaje”. Un cibernético llama “ruido” a un comportamiento que escapa al control permaneciendo indiferente al sistema, por lo tanto no puede ser tratado por una máquina binaria, reducido a un 0 o a un 1. Estos “ruidos” son líneas de fuga, lo no-inscrito. Cuando Wiener funda la hipótesis cibernética, imagina la existencia de “circuitos cerrados reverberantes” en los que proliferan las distancias entre los comportamientos deseados por el conjunto y los comportamientos reales de esos elementos. Y considera que estos “ruidos” podrían acrecentarse brutalmente en serie, como cuando las propias reacciones de un conductor hacen patinar su coche al conducir por una carretera helada. La sobreproducción de malos feedbacks que distorsionan lo que deberían señalar, o que amplifican lo que deberían contener indica la vía de una potencia reverberante. La práctica actual del bombardeo de informaciones en Internet (spamming) trata de producir estas situaciones. Internet como red cibernética es, básicamente, ruido.

Shannon y Weaver presentaron a finales de los 40 su modelo comunicativo como una contribución de las matemáticas a la ingeniería de las comunicaciones. Sus aportes relacionan las leyes matemáticas que rigen la transmisión y el procesamiento de la información, poniendo el foco sobre la medición y representación de la información, y el estudio de la capacidad de los sistemas de comunicación para transmitir y procesar información. Concibieron la información como un valor medible a partir de una serie de bits. Fue un modelo muy importante e innovador pero pecaba de mecanicista, desarrollaron la sintaxis pero faltaba la semántica. Su modelo no representaba lo que de verdad sucede cuando dos personas se comunican. Trataron de modelar una situación de comunicación entre máquinas que envían y reciben mensajes pero no incluyeron los aspectos semióticos, los contextos en que se mandan y reciben esos mensajes, los significantes y los significados, es decir, los signos de percepción e interpretación tan importantes para la comunicación humana. Un mismo mensaje puede tener significado para mí pero no para ti porque no lo percibimos ni interpretamos de la misma manera. Igualmente, la distinción que hacía Shannon de señal/ruido tiene sentido en las máquinas, de hecho, esa relación entre señal/ruido se puede mejorar con el uso de filtros cada vez más finos y precisos pero ¿cómo solucionamos el ruido de la infoxicación en la Red? Los entornos infocomunicativos de hoy son una nueva torre de Babel sociológica impregnados de una infobasura tóxica que precisamente lo único que aporta es ruido. ¿Se puede diferenciar entre ruido e información? El gran filósofo de la tecnología Gilbert Simondon exponía: “La información se distingue del ruido porque se le puede asignar un cierto código, una uniformización relativa a la información; en todos los casos en donde el ruido no se puede bajar directamente por debajo de un cierto nivel, se opera una reducción del margen de indeterminación y de imprevisibilidad de las señales de información. (…) Cuanto más crece la previsibilidad de la señal, más fácilmente puede ser distinguida esa señal del fenómeno de azar que es el ruido de fondo”. El problema no es cómo comunicarse en presencia de ruido. El auténtico problema es cómo comunicarse cuando todo es ruido.

¡Corre Forrest, corre!: Expertos (o no)

En su libro Fuera de serie el periodista y sociólogo Malcolm Gladwell explica: “La idea de que la excelencia en la realización de una tarea compleja requiere un mínimo dado de práctica, expresado como valor umbral, se abre paso una y otra vez en los estudios sobre la maestría. De hecho, los investigadores se han decidido por lo que ellos consideran es el número mágico de la verdadera maestría: diez mil horas”. Es decir para ser un experto y fucking master en una actividad se debe haber practicado, como mínimo, diez mil horas de esa actividad. Volvemos a lo cuantitativo que tanto nos gusta (es curioso como se nos hacía bola la asignatura de matemáticas en el colegio pero conforme crecemos la fe en los números y su aplicación sociológica nos apasiona ciegamente). En la deplorable y nauseabunda Forrest Gump el protagonista corre sin parar, sin rumbo, sin juicio establecido. Por la barba postiza y la peluca seguramente corrió más de 10.000 horas. ¿Se puede considerar a Forrest un experto-maestro en el arte de correr? ¿Y quienes seguían a Forrest ciegamente por el mero hecho de correr hacia la nada aprendieron algo de su maestro? Podríamos rizar el rizo con la metanarrativa cinematográfica: ¿Ha sido Tom Hanks un maestro de la actuación con la cantidad de horas que ha pasado haciendo películas execrables? Lo que está claro es que Forrest Gump es una película representativa del tiempo cibernauta actual: millones de followers siguiendo a cretinos lerdos que venden humo sensiblero y ridículo en cajas de bombones vacías.

Conozco gente que ha visto miles de películas como quien come pipas, leído miles de libros sin anotar, subrayar, indagar en citas e incluso sin entender nada y escuchado miles de discos de fondo, como música de ascensor. ¿Son expertos? La cuestión no es cuantitativa sino cualitativa. En su libro Contra el rebaño digital el crítico y teórico informático Jaron Lanier habla de como el rechazo de la idea de calidad da lugar a una pérdida de la calidad y explica: “Hay al menos dos formas de creer en la idea de calidad. Se puede creer que hay algo inefable en la mente humana, o se puede creer que todavía no entendemos como opera el carácter “calidad” en una mente, aunque puede que algún día lo logremos. Cualquiera de estas dos opiniones permiten distinguir la cantidad de la calidad. Para confundir cantidad y calidad, hay que rechazar ambas posibilidades. La mera posibilidad de que haya algo inefable en el carácter de una persona es lo que lleva a muchos tecnólogos a rechazar el concepto de calidad. Quieren vivir en una realidad hermética que se asemeja a un programa informático idealizado, en el que todo se entiende y no hay misterios fundamentales. Desde hace mucho tiempo, los extremistas materialistas parecen decididos a ganarles una carrera a los fanáticos religiosos: ¿Quién puede hacer más daño al mayor número de gente?”. La Red es una combinación de fanatismo religioso e hipermaterialismo computacional. Visualizaciones, escuchas, clics, seguidores, suscriptores, likes, tops… generando números y cantidades en un bucle “sectario” permanente que no permite cribar ni filtrar desde dentro. ¿Se puede hacer desde fuera? ¿Hay un afuera de Internet? ¿Hay un afuera del capitalismo? La Red es el engranaje perfecto para el capitalismo tardío, comparte con el modelo capitalista su destrucción creativa, su apariencia de eternidad superando crisis constantes y la necesidad orgánica que genera.

No se trata de abogar por una tecnofobia que condena a las nuevas tecnologías porque sí. Hay cosas útiles que pueden ser beneficiosas, pero considero que debemos trazar cartografías dialécticas que permitan ver los entresijos e intentar generar pensamiento crítico en los márgenes que el sistema permite; también hay que ser conscientes de que todos estamos atrapados en la misma Red, más allá del elitismo aristocrático de quienes piensan que la chusma plebeya se traga los sapos de lo mainstream mientras que ellos son sapiens preclaros y sabios que disfrutan con Sokúrov, Schönberg o St. Vincent Millay. Todos, absolutamente todos, formamos parte del engranaje cibernauta-capitalista. De hecho, muchos intelectuales despotrican contra las plataformas desde X, Facebook o Instagram. Yo mismo publico este texto en una web donde debajo puedes dejar tu comentario con sus correspondientes estrellitas de valoración. No se trata de culpabilizar o victimizar, debemos aspirar a salir de nuestra virtualidad mental cerrada e idiotizante que consumimos (con avidez) y nos consume, hay que pinchar el filtro burbuja que describe Eli Pariser para intentar conectarnos de manera real. Es difícil y vamos tarde. Pariser escribe: “Lo que sucede en el mundo del arte, sucede en el de la tecnología. El futuro de la personalización —y de la propia informática— es una extraña amalgama de lo real y lo virtual. Es un futuro donde nuestras ciudades y nuestras habitaciones, y todos los espacios entre unas y otras exhiben lo que los investigadores denominan «inteligencia ambiental». Se trata de un futuro donde nuestro entorno cambia para ajustarse a nuestras preferencias e incluso a nuestros estados de ánimo. Es un futuro en el que los anunciantes desarrollarán formas aún más poderosas y distorsionadoras de la realidad para asegurarse de que sus productos sean vistos. En otras palabras, los días en los que la burbuja de filtros desaparece cuando nos alejamos de nuestro ordenador están contados”.

* Gracias a Carol por su inestimable ayuda en la corrección y revisión de este texto


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