El tiempo es imperceptible, inmaterial, intangible e invisible. Cuando “percibimos” el paso del tiempo hablamos metafóricamente. Lo que realmente percibimos son los diferentes cambios numéricos y medibles de los relojes, las páginas del calendario, los latidos del corazón, la alteración luminaria entre día y noche u otras manifestaciones de los muchos ritmos biológicos que actúan por debajo del nivel de la conciencia, pero el tiempo en sí mismo se halla fuera del alcance de nuestros sentidos. Debemos reducirlo, por lo tanto, a una cantidad numérica para poder almacenarlo, dividirlo, ahorrarlo, gastarlo, malgastarlo, acumularlo… Representaciones ficticias y simbólicas del concepto tiempo que se encuentran arraigadas en dos pilares fundamentales de la vida humana: la cultura y el lenguaje. El tiempo es otro constructo lingüístico-cultural más, otra forma de simulación que evidencia la naturaleza artificial del ser humano.
Isaac Newton creó la idea de masa y sabía que el tiempo carecía de la misma. Al no tener masa el tiempo no es una sustancia y, sin embargo, el propio Newton afirmaba que el tiempo fluye (“tempus fluit”). ¿Cómo puede fluir el tiempo si no tiene masa? ¿Usó Newton una metáfora basándose en las medidas cuantificadoras (inventadas mediante el lenguaje) de años, meses, días, horas…? ¿Está el uso de las metáforas restringido a la literatura o al Arte en sentido general? En su pequeño ensayo De la premura Francis Bacon exponía: “Quien no divide, nunca se enterará bien de los asuntos; y el que divide demasiado nunca saldrá de ellos con claridad. Elegir el momento es ahorrar tiempo; y un movimiento fuera de razón no es más que dar golpes al aire”. División, estratificación, ahorro… El tiempo como tiempo de producción eficaz, el tiempo como bien rentable. ¿Es el tiempo un bien? Hoy el tiempo es nuestro amo. Un amo que nos impulsa a la eficacia creativa y productiva 24/7. Recordemos las palabras de Ricardo II: “Desprecié el tiempo y ahora el tiempo me desprecia, y me convierte en su reloj de campanario. Mis pensamientos son minutos, y con suspiros marcan los intervalos en mis ojos, ese cuadrante visible adonde mi dedo, como una aguja puntual apunta una y otra vez para enjugar el llanto”. Vivimos tiempos hipermecanicistas donde el control tecnodigital nos convierte en relojes productivos sin alma.
La actividad de los físicos (y científicos en general) consiste en construir modelos teóricos y confrontarlos con datos empíricos. Los modelos son eficaces y sólidos, pero siguen siendo artificiales y mecanicistas. Son en sí mismos otro tipo de lenguaje. El físico y cosmólogo Sean M. Carroll escribe en su libro Desde la eternidad hasta hoy. En busca de la teoría definitiva del tiempo: “Los físicos, aunque pueda resultar sorprendente, no están demasiado interesados en determinar qué conceptos son «reales» y cuáles no. Lo importante no son los conceptos específicos característicos de cada modelo («pasado», «futuro», «tiempo»), sino la estructura en su conjunto. De hecho, a menudo sucede que un modelo concreto puede ser descrito de dos maneras completamente diferentes, utilizando un conjunto de conceptos enteramente distintos. Para un físico, no parece que haya contradicción entre salirse del universo y pensar simultáneamente en todo el espacio-tiempo, y reconocer que, desde el punto de vista de cualquier individuo dentro del universo, el tiempo parece fluir”. El físico como hermeneuta. A pesar de no estar interesados en discutir sobre “realidad” y “ficción” hay campos de la física que confluyen con la filosofía y sus diversas escuelas e interpretaciones.
El filósofo John M. E. McTaggart, en su famoso artículo The Unreality of Time, distinguía entre tres ideas distintas de tiempo, que denominó “series”. La serie A es una sucesión de eventos que se miden respecto al momento presente, que se desplazan en el tiempo: “hace un año” no denota un momento fijo, sino que varía con el paso del tiempo. La serie B es la secuencia de eventos con marcas temporales permanentes, como “7 de Julio de 2012”. Y la serie C es simplemente una lista ordenada de eventos “X sucede antes que Y pero después que Z” sin ninguna otra referencia temporal. A grandes rasgos, McTaggart argumentaba que las series B y C son disposiciones fijas, que carecen del elemento fundamental del cambio y, por tanto, son insuficientes para describir el tiempo. Pero la serie A en sí es incoherente, pues cualquier evento concreto puede ser clasificado simultáneamente como “pasado”, “presente” y “futuro” desde el punto de vista correspondiente a distintos instantes temporales. Por ejemplo: el instante de nuestro nacimiento está ahora en el pasado para nosotros, pero estaba en el futuro para nuestros padres cuando se conocieron. Por lo tanto, concluye McTaggart, el tiempo no existe. El futuro es como el pasado. Nuestra experiencia de lo contrario no es más que el resultado de estados mentales: recuerdos, percepciones y expectativas que experimentamos como “pasado”, “presente” y “futuro”. Este texto de McTaggart sentó las bases de lo que posteriormente se conocería como eternalismo, confrontado filosóficamente con el presentismo. Un presentista es alguien que cree que solo el momento presente es real, mientras que el pasado y el futuro son algo que en el presente simplemente tratamos de reconstruir a partir de los datos y el conocimiento de los que disponemos (San Agustín fue su precursor). Un eternalista cree que pasado, futuro y presente son reales; cree en la teoría del universo de bloque, en la cual toda la historia del universo es igualmente real, existe una secuencia de eventos correlacionados, que juntos constituyen la totalidad del universo. El tiempo es, para los eternalistas, algo que reconstruimos a partir de las correlaciones existentes entre estos eventos. Para la mayoría de físicos modernos esta parece ser la perspectiva más extendida. Aunque surgen algunas cuestiones: si la realidad es eterna ¿es el tiempo igualmente eterno? Y si el “flujo temporal” es interminable ¿se puede medir? o ¿de qué sirve medirlo? Hasta la fecha ninguna ecuación física ha demostrado que exista el flujo temporal. ¿Es el tiempo real?
En su afán mecanicista y reduccionista muchas ciencias tratan de encontrar la fórmula que lo explique todo (la quimérica Teoría del Todo) y así “liberarnos” de la angustia e incomprensión vital (algo muy similar a lo que ha tratado de hacer históricamente la religión). Recordemos la inteligencia perfecta del físico y astrónomo Pierre-Simon Laplace (más newtoniano que Newton), lo suficientemente vasta como para abarcar todas las fuerzas y posiciones temporales y someterlas a análisis. El universo para Laplace funciona como un reloj infinito, omnipresente y omnipotente (¿os suena?). Escribió en 1814: “Dada por un instante una inteligencia que pueda comprender todas las fuerzas por las que se anima la naturaleza y las posiciones respectivas de los entes que la componen, y si además esta inteligencia fuera lo bastante vasta para someter a análisis esos datos, abarcaría en la misma fórmula tanto los movimientos de los cuerpos más grandes del universo como los del átomo más ligero; nada sería incierto para ella, y el futuro y el pasado serían presente a sus ojos”. Una inteligencia muy similar al Dios de Boecio o San Anselmo de Canterbury que se situaba “por encima” de las categorías temporales y todas se disponían frente a Él con la enorme capacidad de vivirlo todo al mismo tiempo. Esta inteligencia de Laplace suponía un bofetón en toda regla al libre albedrío humano, ya que si pudiéramos calcularlo todo en todo momento la humanidad viajaría en una senda mecanicista, determinista y omnisciente realmente aterradora; así que esa inteligencia pasó a llamarse a comienzos del siglo pasado el demonio de Laplace, atribuyéndole características parecidas al demonio cartesiano. Si el universo es rígido, donde todo lo existente está acoplado en la maquinaria de las leyes físicas, y el futuro predecible, donde todo está ya ahí, determinado, dispuesto, escrito de antemano… ¿Qué pasa con lo novedoso, lo inusual, la incertidumbre…?
La aparición de la física cuántica deconstruye todo esto. Nunca se pueden conocer del todo los estados exactos de las partículas. Reina la incertidumbre. La distribución de probabilidades sustituye al reloj perfecto soñado por Laplace. La cuántica señala el indeterminismo como factor esencial de la física. Las medidas siempre son aproximadas. El conocimiento es imperfecto. Un físico con un contador Geiger no puede adivinar cuándo se producirá el próximo clic. Como bien indica el físico teórico Carlo Rovelli en su libro ¿Y si el tiempo no existiera?: “Una novedad de la mecánica cuántica es que en todo movimiento hay un componente de azar, una indeterminación intrínseca. Contrariamente a lo que Newton había supuesto, el estado de una partícula en un momento dado no determina exactamente lo que ocurrirá en el instante siguiente. La manera en que evolucionan las cosas a escala microscópica está regida por leyes probabilísticas: se puede calcular con gran precisión la probabilidad de que algo suceda (el número de veces en las que esto ocurrirá si repetimos el experimento un gran número de veces), pero no predecir el futuro con certeza”. Se abandonan el continuo y el determinismo, dos estructuras básicas del pensamiento clásico sobre la materia. El mundo observado desde muy cerca es discontinuo y probabilístico. ¿Qué es el tiempo en una teoría en que el propio tiempo se vuelve probabilístico? El mundo microscópico no puede ser descrito mediante ecuaciones de evolución en el tiempo, ya que la variable de este tiempo no es absoluta y total sino relacional; las ecuaciones no pueden ser generales sino particulares, formulando la compatibilidad entre varios valores temporales y cómo unos evolucionan con respecto a otros. Rovelli sostiene que a nivel fundamental no hay tiempo absoluto ya que para cada objeto, el tiempo es la manera en que cambia en relación con otros objetos. Rovelli propone un cambio de paradigma temporal donde el tiempo no sea una universalidad inamovible sino una relación entre objetos-sujetos.
El físico teórico Lee Smolin refuta la visión de su colega en su libro Time Reborn: From the Crisis in Physics to the Future of the Universe desde una perspectiva conversa: “Ya no creo que el tiempo sea irreal. De hecho, ahora defiendo justo la postura contraria: no solo el tiempo es real, sino que nada que conozcamos o experimentemos se acercaría más al corazón de la naturaleza que la realidad del tiempo. El hecho de que siempre sea un instante en nuestra percepción, y de que nosotros experimentemos ese instante como uno entre un flujo de instantes, no es una ilusión”. Lee Smolin expone que tenemos más posibilidades de comprender el mundo si mantenemos el estatus universal del tiempo. Para Smolin el tiempo ya existía incluso antes del Big Bang y es, por lo tanto, el elemento de conocimiento más fiable que poseemos. ¿Es el tiempo una noción que debemos tomar en bloque, todo o nada? El tiempo parece ser una noción polimorfa y múltiple que se articula bajo nuestra intuición, experiencia, pensamiento, intención… Si pudiéramos percibir la velocidad de la luz sin instrumentos de medición, o percibir nanosegundos directamente, nuestra concepción intuitiva de la temporalidad sería completamente distinta. ¿Estamos obligados a elegir entre una comprensión intuitiva de la temporalidad desarrollada sobre la base de nuestra experiencia no relativista o una forma de realidad congelada, basada en una negación total del tiempo?
Para fines prácticos utilizamos un tiempo único y objetivo, que fluye en un solo sentido y es irreversible. Los pueblos antiguos también medían el tiempo mediante el paso de los días y las estaciones, fenómenos cíclicos que implican un tiempo circular, no lineal. El tiempo lineal y la Historia son inventos relativamente recientes. En religiones complejas como la hindú y en algunas variantes del budismo, se mencionan ciclos mucho más largos, de miles de años, al término de los cuales el mundo habría de acabar catastróficamente para luego nacer de sus cenizas. Para los filósofos estoicos de la antigua Grecia, el mundo habría de consumirse en un fuego cósmico, la “ekpyrosis”, para luego renovarse una vez más. Recordemos las palabras de Heráclito: “Este mundo, el mismo para todos, ninguno de los dioses ni de los hombres lo ha hecho, sino que existió siempre, existe y existirá en tanto fuego siempre vivo, encendiéndose con medida y con medida apagándose”. Fuego es el nombre que da Heráclito a la exhalación seca de la cual también proviene el alma, es decir, todo es en algún momento o forma fuego. Fuego siempre vivo, esto es, eterno, siempre encendido y siempre apagado. Esta idea del tiempo que gira en sí mismo es, obviamente, la idea originaria del eterno retorno nietzscheano (Heráclito era el filósofo de cabecera del gran Friedrich Nietzsche). El ínclito Jorge Luis Borges comenzaba su texto de 1934 La doctrina de los ciclos (incluido en el libro Historia de la eternidad): “El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble”.
Solemos interpretar el pasado como algo cerrado, terminado, firmado, sellado y entregado. Nuestro acceso a él está comprometido, limitado por los recuerdos y las pruebas físicas: fósiles, viejos libros de registros, fotos analógicas en álbumes polvorientos o innumerables carpetas repletas de fotos digitales. Sabemos que los testigos no son fiables y los registros (e incluso las fotos) se pueden manipular o malinterpretar. El pasado no registrado ya no existe. Sin embargo, la experiencia nos convence de que el pasado sucedió y sigue sucediendo (aunque la memoria siempre juegue malas pasadas). El futuro es diferente. El futuro todavía está por venir; es abierto; no puede ocurrir cualquier cosa, pero sí muchas. El mundo aún está en construcción. ¿Y qué ocurre con el presente actual hiperconectivo, cibernético e hipertecnológico? James Gleick en su libro Viajar en el tiempo en el último capítulo titulado En el presente escribe: “Los dispositivos por cable e inalámbricos están siempre enviando y escuchando. Con una conectividad continua, el tiempo se enmaraña. No se pueden distinguir las recapitulaciones de las precuelas. Escudriñamos las marcas temporales como las hojas de té. El podcast de los auriculares parece más apremiante que las voces ambientales que se filtran. Una cascada de mensajes es un timeline (estás en mi timeline; lo he visto en mi timeline), pero la secuencia es arbitraria. No se puede confiar mucho en el orden temporal. El pasado, el presente y el futuro giran y colisionan, como autos de choque en una sucesión de distracciones”.
Hoy la concepción temporal que predomina es una página web de scroll infinito, una sucesión constante de eventos que se desplazan unos a otros rápidamente. No hay dirección, no se va a ningún lugar. Es un ciclo interminable cuyo único elemento constante es la aceleración. La imagen que mejor explica cómo experimentamos el tiempo hoy es la de una rueda de hámster que gira a una gran velocidad pero no se desplaza. Vivimos en una época de inmovilidad frenética. La tendencia es encaminarnos hacia un consumo transitorio y desmaterializado, que pueda acelerarse hasta el infinito, que no dure nada. De esta forma, el consumo puede volverse permanente, interminable e indistinguible. ¿Qué más da que veas el último video viral de la chorrada que sea o la última peli de Aki Kaurismäki? El objetivo es pasar el tiempo como sea y si es rápido mejor. El cáncer de la multidisciplinariedad neoliberal nos lleva a perder el tiempo haciendo múltiples tareas a la vez: veo una peli mientras estoy comiendo, mando un mensaje, veo el último meme que me han enviado y hablo por el móvil. Una sucesión de distracciones que en el fondo nos encantan porque nos alejan de los asuntos cruciales que preferimos ignorar para poder obtener la felicidad suprema: sobredosis de información, acumulación de datos y “tiempo libre” (tan “libre” que está “vacío” de contenido sustancial). Somos datos infinitos e insuficientes con un tiempo finito y malgastado.
Isaac Asimov escribe casi al final de su relato La última pregunta:
“Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia. La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que sólo incluía el residuo de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.
El Hombre dijo:
— AC, ¿es éste el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?
AC respondió:
— LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA”.
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