Hay obras desconocidas entre sí, y sin embargo unidas por un hilo mágico que hace que ambas, por extraño que parezca, comprendan, la una de la otra, el sentido básico de su existencia.
En este caso no coinciden ni en el género, ni en el tiempo, mas desde perspectivas distintas, ambas enarbolan una cuestión básica ante la vida: rebeldía ante el futuro. Aquél sencillo y descriptivo poema de D. Antonio Machado que lleva por título “Españolito”, y “Thunder Road” la mítica canción de Springsteen que junto a Born to Run (que daba título al disco) abanderaban aquella obra indispensable del de Nueva Jersey, mantienen ese hilo de conexión al amparo del bálsamo oriundo de despertares que supusieron “Campos de Castilla”, y el ya mencionado “Born to Run”, teniendo como fondo las voces sombrías y elegantes, iracundas y firmes, de D. Antonio Machado y el Springsteen de los años setenta y aquella música suya teñida de lucha y rebelión con disfraz de obrero en el hangar de la memoria.
Ambas obras destilan orgullo de pertenencia, a una ideología en el primer caso, y a la memoria obrera en el segundo. Ambas caminan en busca de una tierra prometida. El poeta lo hace desde aquellos caminos de Soria que fueron preludio de exilio, y el cantante lo hace con Roy Orbisón como compañero cantándole a la soledad. Ambas tienen la ansiedad de la esperanza (hay un español que a vivir empieza, entre una España que muere, y una España que bosteza (el cielo nos espera al final de estos caminos). Y al mismo tiempo ambas presienten la amenaza: “españolito, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón” reza el poema; “tenemos una última oportunidad para escapar que nos proporciona la carretera”, narra la canción. La angustia frente al abismo del futuro queda patente en ambas.
La canción es cierto que nos presenta una retrospectiva en la que nos pone también frente al espejo y se observan los avances en materia de igualdad que las sociedades aún de distintos países, han ido adquiriendo a fuerza de grito y de protesta que es como se han conseguido todos y cada uno de los derechos que a día de hoy nos acompañan. Y ambas presentan otro nexo común: su fortaleza frente al poder. La primera porque la poesía, si bien a mis años ya no creo que sea un arma cargada de futuro como escribió Celaya, si que creo que sigue conservando una firmeza intimidatoria frente al poder, porque le resulta imposible adiestrarla, seguramente por inalcanzable; y la canción, porque pertenece a un artista que sobrepasa las aristas del poder y por lo tanto, si no ya temido, por su casi estirpe de símbolo del país de las barras y estrellas, si que le hace al poder andarse con respecto a su figura con cierto cuidado.
Son obras que a priori no tienen nada que ver, no devienen la una de la otra (no son una ley de gravitación universal y una ley de la relatividad general) pero es cierto al observarlas de forma detenida que ambas nacen en un lugar etéreo envuelto en miedo, esperanza y firmeza; provienen de una forma de contemplar el mundo, esquiva a dejarse llevar por el pensamiento de un destino marcado. Un poema hecho para un país y una canción que desde lo individual invita a todo el mundo a la rebelión frente al citado destino.
Aquellos Chevrolets esqueléticos que describe “Thunder Road” están hechos de la misma materia de la que estaban hecha el hambre y la miseria imperante en la España de 1912 cuando Machado publicó ese poemario indispensable para comprender España que es “Campos de Castilla”. Están hechos con la sangre derramada por un poder obsceno que en su avaricia es capaz de cualquier cosa. De trasfondo, en ambas obras, subyace una palabra: justicia. La una lo narra en forma de verso mientras la otra nos transporta como sólo la música logra hacer, y nos hace casi poder ver al cantante en su coche, pasando de noche junto a naves industriales, donde los obreros ven pasar su vida, sin más obtención a cambio que un sustento mínimo para sus familias, con la soga del banco al acecho y sus derechos denostados. De hecho, si lo pienso bien, hay otra característica que las une: el pesimismo. Machado casi preludia lo que décadas después pasaría en nuestro país y Springsteen parece casi sabedor de que aun a pesar del triunfo que le espera al final de la carretera, el obrero no podrá nunca escapar de su propia condición de número sin significado alguno para el poder. La mano de un poeta y de un cantante, unidas frente a la esfinge del abismo, que buscan redención en la prevalencia de su voz frente a la imagen que el futuro narra de su país o de su vida.
Ambas obras, sombrías y esperanzadas, temerosas y narrativas, firmes y ecuánimes y con grito de dolor en la garganta. De las pocas ventajas que tiene la edad, una es la mesura propia de la experiencia y la segunda, quizá la más destacada, es que por fin te puedes contemplar frente al mundo, y en ese devenir de imágenes que es la vida, puedes ver lo que con el viento alado de la juventud te hubiera pasado inadvertido: que un poema escrito mientras caminaba por los alrededores de Soria, hace más de cien años, por un excelso poeta andaluz, permanece unido por un hilo mágico, con una canción escrita por un tipo de Nueva Jersey cincuenta años después. Quizá que la edad no sea otra cosa que tener la capacidad de contemplar los hilos que une la vida.
“Españolito” y “Thunder Road”. Don Antonio Machado y Bruce Springsteen. Quién lo iba a decir.
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