“Padre de Jacobo: Son maravillosos y frescos, deben valer 20 francos cada uno. Podríamos hervirlos.
Madre de Roberta: Son los primeros huevos de mi hija, se parecen tanto a ella…
Abuela de Jacobo: De eso nada, son la viva imagen de Jacobo.
Padre de Jacobo: (lleva la cesta hasta su hijo) ¡Mira! Son tuyos, tus huevos.
Jacobo: Gracias.
Padre de Jacobo: Ahora debes hacer que salgan del cascarón”.
Eugène Ionesco, El porvenir está en los huevos, 1957

Todo comienza con Tabletom. Cuando muere el mítico Rockberto le ofrecen a Salva Marina reemplazarle como cantante mientras estaba de correrías con Frutería Toñi, aunque todavía no habían estrenado discografía. Frutería Toñi es un grupo atípico. Se encuadran en la categoría de rock progresivo con el evidente toque andaluz ahondando en la progresión de bandas clásicas setenteras y huyendo despavoridamente del neo-prog actual. El aroma a Frank Zappa, Jethro Tull, New Trolls, Area, Van der Graaf Generator o King Crimson es más que evidente, pero mezclan ese clasicismo progresivo con música barroca, algo de jazz y rock andaluz desde una perspectiva cínica, socarrona y melancólica. Suenan tan genuinos que parecen seguir el mismo espíritu artístico de Silvio y Rockberto, esto es, trascender lo puramente musical para instalar su Arte en lo vital. Lo que tocan y cantan es lo que son. Recordemos las palabras de Nietzsche: “El producto más genuino de un filósofo es su vida, ella es su obra de arte y, como tal, se halla vuelta tanto hacia quien la creó como hacia los demás seres humanos”. La vida convertida en Arte. Frutería Toñi son, claramente, intempestivos.
Mellotrón en Almíbar (título brutal) fue su primer disco. Álbum primigenio que establece las bases que luego desarrollarán en plenitud. Algo de blues y jazz (Milwokee y El espeto), ritmos andalusíes que recuerdan a Javier Ruibal o Jorge Pardo (No sin Mijas-costa (El timo) y Toñi: éxtasis frutal), digresiones progresivas con cierto cachondeo en la letrilla y potencia rockera (Zuprimo zurmano zucompare zucolega y Somno Se Dare) y no podía faltar su poeta de referencia: Juan Miguel González (Fray Dioxido). Un disco disfrutón y alegre que anticipa un universo musical complejo y anárquico. Su segundo disco fue Tengo mis días buenos donde empiezan a desatarse con el progresivo de una forma bestial (el cierre FTV-1 elevado a Ñ es impresionante). Cadencias polifónicas que ponen el acento en la cuestión política con cierta guasa (La Tostá, Más de Black y El monstruo de la pantalla final) se combinan con composiciones jazz-rock “costumbristas” (Tengo mis días buenos y La órbita de Venus). Salva Marina explora su estilo más crooner e intimista en dos baladas que vuelven a tener el sello de Juan Miguel González (Hablar con las estatuas y Maullidos de gigante). Discazo estilizado y con un tono más “introspectivo” que advierte de lo que vendrá después.

Su tercer y, hasta la fecha, último disco es el enorme El porvenir está en las huevas. Su disco más depurado y elegante. Un imponente rastreo por el rock progresivo más ecléctico y jugoso. Los cinco fruteros malagueños se salen: Salva Marina (teclados, piano, voz y coros), Curro García (bajo y coros), Jesús Sánchez (clarinete y saxo), Víctor Rodríguez (violín) y Adrián Jiménez (batería) despliegan armonías, tonos y compases dignos de los grandes del progresivo. Además aportan cierta pincelada conceptual a la estructura del disco: Agonía en Koyukuk y Cipango Petite Suite son dos temas unidos por la vida del salmón y la catástrofe nuclear de Fukushima; una crítica ácida al destrozo medioambiental planetario y una reflexión metafísica sobre el proceso de desovar del salmón que indica una metáfora del morir para dar la vida en un eterno retorno “absurdo” (Ionesco está muy presente). Agonía en Koyukuk: “De este salmón tan heroico solo quedará una raspa. Nunca saldremos de aquí”. El comienzo de Cipango Petite Suite es diáfano e irónico: “Tiñeron el mar desechos atómicos. Ramen de tritio, cena Kaisei. Confía la vida a lo automático. Mientras Godzilla sonríe en algún remake”. Curiosamente el tema que da título al disco es una corta y exquisita pieza al piano que establece el cambio de trama en el disco pero con cierta continuidad, de hecho, es la sintonía del tema de apertura. El monte de las Tres Letras y Traspiés (ojo al vozarrón de Eva Montiel y su grito espectral) son dos temas unidos por la relación de amor-odio entre una pareja de aparcacoches drogodependientes del centro de Málaga. El monte de las Tres Letras es un sitio en Málaga donde van los yonkis a pincharse. Las dos canciones dialogan entre sí a través de sendos monólogos interiores que hablan de soledad, pena, dependencia y angustia vital. El monte de las Tres Letras: “Al tran tran de este desastre elegimos no estar solos. Maltratamos lo que queda de no ebrio sin decoro”. Traspiés: “Si me atropella el amor aparco coches contigo. Sísifo voy a empedrar desnivelado testigo”. Aunque son dos partes del álbum diferenciadas, las historias de las que hablan son perpendiculares. La muerte está presente en ambas y deja ese poso de melancolía que rezuma en la atmósfera del disco.
Y todo termina con Tabletom. Los alamos verdes es la canción-epílogo que cierra el álbum. Un nuevo poema de Juan Miguel González, que participó con Tabletom escribiendo para ellos algunas letras. Un poema al que ponen música de una manera distinguida y delicada. Poema que trata de la muerte (leitmotiv permanente en el disco) desde una visión transformadora, panteísta y onírica: “Si me ausento, buscadme / por los álamos verdes / Cuando duerma del todo / Y mi sombra me deje / En su rumor, alguno / podrá reconocerme / Como los que se fueron / un día, para siempre / En el camino umbroso / de la escondida fuente / Si me ausento, buscadme / por los álamos verdes”. Salva Marina vuelve a tirar de ese tono crooner para poner el colofón existencialista a un álbum imprescindible y placentero.
Realmente el porvenir está en Frutería Toñi. Pasaos a pillar fruta fresca y música deliciosamente intempestiva.
Menú y maridaje
Comenzamos con un chupito de ajoblanco clásico para refrescar. Un plato a compartir de morcilla de Benaoján. Acompañamos con un vermut de la Axarquía. Boquerones marinados en cítricos con ajoblanco de mango. Abrimos una botella de vino blanco de las Sierras de Málaga (preferiblemente Ronda). Puerros asados con reducción de vermut y emulsión de yema curada. Flamenquines de presa ibérica. Abrimos un rosado (petit verdot y doradilla) malagueño. Tartar de lubina con ponzu y wakame. Gambas de Málaga curadas en leche de tigre. Acabamos con unos espetos variados (sardinas, salmonetes, caballas, doradas…). Una botella de PX seco trasañejo. De postre una tabla de quesos malagueños con carne de membrillo. Os dará por cantar: “¿Será una fruta el membrillooooooo?”
Compañía
Para amantes de la ¿sobrevalorada? guitarra eléctrica.
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