In the Court of the Crimson King (1969)

Difunde cultura

En la década de los 60, los jóvenes creían que la música podía cambiar el mundo… había un espíritu de época muy particular. La energía de la frustración impulsó nuestros esfuerzos artísticos. Todos tuvimos experiencias profesionales monótonas que nos indicaron cómo no hacer música. Así que decidimos tocar lo que nos diera la gana. El objetivo fundamental de King Crimson es organizar la anarquía, utilizar el poder latente del caos y permitir que las diferentes influencias interactúen y encuentren su propio equilibrio. La música, por tanto, evoluciona naturalmente en lugar de desarrollarse siguiendo líneas predeterminadas”.


Robert Fripp

Las diferentes revoluciones que se dieron en los 60 son históricamente las más amplias en términos contraculturales, emancipadores, artísticos, psíquicos, sociales y políticos. La creación de la adolescencia tras la segunda guerra mundial, las neovanguardias rupturistas, la implantación de una clase media burguesa, los procesos de descolonización en países del (mal) llamado Tercer Mundo, etc. hicieron posible el surgimiento de nuevos “sujetos políticos” e “identidades” colectivas que se retroalimentaban en numerosos movimientos artísticos, culturales e ideológicos. El grupo King Crimson nace en plena efervescencia del Swinging London pero no comparte las mismas bases musicales. Robert Fripp no está influenciado por los guitarristas de blues norteamericanos (como Jeff Beck, Jimmy Page, Steve Marriott o Eric Clapton) sino por los de jazz: Wes Montgomery y Tal Farlow especialmente. Además Fripp flipaba con la guitarra clásica de John Williams. Estamos ante un guitarrista y compositor cuyas influencias van a contracorriente de lo epocal. Si a Fripp unimos el estilo hardbop/folk de Ian McDonald (saxo/flauta), la batería psicodélica-jazzie de Michael Giles, el bajo pop-clásico de Greg Lake y la poesía místico-surrealista de Peter Sinfield tenemos una banda netamente progresiva asumiendo riesgos y cruzando la frontera estilística del rock, jazz, folk y música clásica. En King Crimson el todo supera con creces la suma de sus partes.

El lanzamiento del álbum In the Court of the Crimson King en octubre de 1969 marcó el surgimiento del estilo maduro del rock progresivo, que alcanzó su cenit artístico y comercial entre 1970 y 1975 con bandas como Jethro Tull, Yes, Genesis, ELP, Gentle Giant, Van der Graaf Generator o Curved Air. In the Court of the Crimson King puede que sea el álbum de rock progresivo más influyente de la Historia de la Música. Los primeros discos de otras bandas progresivas no tienen esa visión musical madura, reflexiva y desarrollada. Sin duda, este álbum posee referencias a la música de las bandas protoprogresivas (Moody Blues, Procol Harum, Pink Floyd…); pero el logro de King Crimson es cristalizar estos elementos en un estilo distintivo e inmediatamente reconocible. Tanto sus melancólicos pasajes en clave menor impregnados de guitarra acústica, como los colores sinfónicos del mellotron y sus polirrítmicas estilizaciones teñidas de jazz reverberarían en el rock progresivo durante la década de los 70. El álbum ejerció también una poderosa influencia temática en las bandas de rock progresivo posteriores: los temas apocalípticos de Epitaph y 21st Century Schizoid Man o la imaginería medieval con matices místicos de In the Court of the Crimson King influyeron en gran medida, al igual que el uso de las típicas portadas gótico-surrealistas.

El disco consta de cinco temas que van jugando con los múltiples géneros musicales que mezclan y engarzan entre sí. Se asemeja a un ciclo de canciones orquestales divididas en cinco movimientos. Las texturas de estos cinco movimientos se yuxtaponen para aportar el máximo contraste, además de delimitar la estructura y forma del conjunto sonoro creando un poso de música culta que juega con las formas sinfónicas del XIX e incluso con los típicos ritornellos y obbligatos de la gran música barroca. Con este álbum King Crimson sienta las bases de un nuevo movimiento musical: el rock progresivo culto, el art-rock. Su rock no saquea de las manidas bases del blues, no gira alrededor de los mismos tres acordes de siempre, va más allá. Requiere una preparación y un trabajo concienzudo que se convierte en virtuosismo, pero no un virtuosismo cara a la galería, pretencioso o circense sino un virtuosismo supeditado a la ejecución del tema, al concepto musical.

King Crimson (y por extensión el rock progresivo culto o art-rock) ha sido tildado de “elitista, artificioso, escapista o académico”. Algunos artistas del blues, rock garajero o punk han sido particularmente críticos con el rock progresivo porque “se aleja del pueblo”, “es operístico y dificulta el entendimiento musical”, “le da la misma importancia a la iluminación en directo, las portadas de los discos y al vestuario que a la música” o “es música para músicos”… Todas estas declaraciones navegan entre lo que Theodor Adorno catalogaba como oyente sensual o emocional (anti-intelectual) y oyente resentido (nostálgico). El propio Adorno sostenía que cualquier tipo de Arte exige, demanda y requiere trabajo y esfuerzo por parte de quien ve, escucha o lee. ¿Se quiere hacer ese esfuerzo o se prefiere el pueril amor a primera vista con la obra? No hay diferencia entre música sensual o intelectual, todo depende del oído que escucha y si uno tiene interés y deseo debe entrenar su oído para adquirir capacidad crítica y no quedarse en la maniquea apetencia infantil: “me gusta o no me gusta”.

Recordemos lo que escribió Pete Townshend sobre esta Obra Maestra: “Un amigo que está escuchando el disco desde el piso de abajo pregunta: «¿Es el nuevo álbum de The Who?». Me duele profundamente que no lo sea, pero de algún modo también me alegra. Ese tipo de intensidad es música, no Rock. 21st Century Schizoid Man es todo en un millón de pistas y cuando lo escuchas, sientes el impacto un millón de veces. Debe ser el riff de media frecuencia más heavy que se ha grabado en vinilo desde la Octava de Mahler. Una chica norteamericana se presenta con un amigo y me dice: «Esos son músicos de verdad». No sé qué decir. Nunca he tenido nada tan claro en mi vida”.

In the Court of the Crimson King es (como toda la discografía de King Crimson) un ejemplo de Gesamtkunstwerk (Obra de Arte Total) wagneriana: una obra de arte que tiene la capacidad de transmitir su mensaje involucrando tres tipos de lenguajes: música, poesía y pintura. ¡Larga vida al Rey Carmesí!

Menú y maridaje

Comida sofisticada. Unas ostras gallegas para abrir boca, acompañamos con un buen palo cortao. Ensalada César deconstruida y salmonetes en escabeche regados con un vino blanco de la Ribeira Sacra. Un poquito de cecina con parmesano junto a un buen Manhattan. Terminamos con un steak tártaro de solomillo de pato y un estofado de venado al vino tinto. Una buena botella de tinto francés: pinot noir de la Borgoña. De postre una tarta de limón con bastante merengue o una mousse de chocolate negro. Para la sobremesa no puede faltar un Old Fashioned.

Compañía

Invitad a culturetas sospechosos (posturetas). A pesar de su enorme popularidad no es un disco fácil de escuchar, por lo que viene muy bien para desenmascarar a los melómanos “de salón” que dicen disfrutar de música compleja, diversa e intrincada pero que jamás han escuchado (si acaso una sola vez) un disco entero de este calibre desde el primer al último tema. De hecho, ¿cuántos pondrán en bucle la canción de apertura porque el resto les parece un tostón?


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