España hueca VI – Anecdotario y cierre

Difunde cultura

Hace ya bastante tiempo me obsesioné con leer todo el teatro español que pudiera, desde el clásico hasta el contemporáneo. Tras (re)leer todo lo que tenían mis padres en las estanterías de casa, compré una gran cantidad en casetas de libreros, y el resto los saqué de la biblioteca. Se me resistía No, obra de Max Aub inencontrable; así que fui a una librería inmensa y de renombre para conseguir el ansiado libro:

– Buenos días, ¿tenéis la obra de teatro No de Max Aub?

– Perdona, ¿cómo?

No, Max Aub, teatro.

– ¿No?

– Sí, No.

– Ehmmm No de…

– Max Aub.

– Ah no, aquí solo tenemos teatro español, teatro extranjero es en la otra tienda que…

En su descargo hay que decir que el libro estaba completamente descatalogado, y al final sólo pude encontrarlo (de viaje con mi padre) en la mítica librería madrileña La Avispa, especializada en teatro y desgraciadamente cerrada hace tiempo.

Años después, leyendo La gallina ciega (diario que Aub escribió en 1969 sobre su visita a España desde su exilio mexicano para entrevistar a gente que trabajó con Buñuel) me resultó curioso como él mismo habla de su inexistencia en el mundo cultural y literario español; cita orgullosamente un artículo que escribió Juan de Segarra sobre él: “Max Aub, escritor español y universal, nacionalizado mejicano, ausente de las Historias de la Literatura que nos enseñaron durante el Bachillerato; Max Aub, autor teatral, ausente de nuestros teatros nacionales; Max Aub, novelista, algunas de cuyas novelas se pueden encontrar, con un poquitín o un mucho de suerte, en el “Drugstore”, junto a “Los supermachos”, no lejos de Masoch y de Bierce, en la estantería de los tipos malditos o, simplemente raros”.

“Somos los hombres huecos

somos los hombres rellenos

apoyados uno en otro

la mollera llena de paja. ¡Ay!”

Thomas Stearns Eliot, Los hombres huecos, 1925

La situación es la siguiente: una noche, días antes de Navidad, sobre la 1 de la madrugada estás en la casa de tu ex jugando al trivial, junto a su actual pareja y acompañado de otra persona que conociste hace unas semanas. Los cuatro habéis bebido bastante y el cachondeo en las preguntas y respuestas es más que evidente. Contrariamente a tu habitual actitud poco competitiva esa noche te apetece competir seriamente y ganar. Te falta el quesito rosa, cine y espectáculos, tu fuerte. Vas a por él desesperadamente. Tienes suerte y caes en una casilla rosa. Escuchas la pregunta entrecortada pero te la sabes claramente: Paul Newman. Aciertas. En el siguiente turno tienes la suerte de caer en la casilla para conseguir el quesito rosa y ganar. La pregunta es rara, o mejor dicho la han leído de manera capciosa. Risas, guasa, chismorreo. Aun así también la sabes: Pedro Almodóvar. Nuevo acierto y ganas. Te recochineas un poco y luego pasáis a conversar de manera distendida entre los cuatro. El pelotazo de alcohol va disminuyendo y entráis en fase de duermevela. De repente alguien dice: “Habría sido maravilloso que Almodóvar hubiese hecho una peli con Paul Newman”. Te levantas a ponerte una copa más y desde la cocina gritas: “¡Hubiese sido un truño como mi puño!”. Vuelves y te acribillan a preguntas: “¿Por qué?”, “¿En qué te basas?”, “¡Explícate!”. Estás muy cansado ya, y el trago que pegas a esa última copa sabe raro. Solo dices: “Cae por su propio peso…” y se genera un silencio apacible. “Pues a mí me parece que, con lo guapo que era Paul Newman, Almodóvar le habría aportado un registro diferente”. Estás en el sofá con el vaso en la mano y apoyado en la barriga, le das vueltas a ese comentario. Alguien está roncando. “¿Quién ha dicho esa gilipollez?” piensas, y mientras caes dormido te cogen el vaso: “Vas muy pedo, duérmete ya que vas a manchar el sofá ¡capullo!”. Duermes. Te levantas a la mañana siguiente y vas al baño. Te recompones un poco bebiendo casi un litro de agua del tirón. En el salón no hay nadie. No se oye nada en toda la casa. No sabes si estás solo y decides marcharte. En el ascensor piensas: “¿Qué hice anoche para acabar aquí?”. Ya de camino a casa le das vueltas al último comentario que oíste antes de dormir. Recuerdas que has soñado. Un sueño erótico. Hacías un trío con Paul Newman y alguien más. De Newman te acuerdas perfectamente pero la otra persona te cuesta más. Te rayas un tiempo con esto. Al llegar a casa cueces un poco de pasta y te la comes tal cual, con aceite y sal. Te tumbas en tu sofá. Te apetece ver Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón antes de la siesta.

“Vendrán más años malos

y nos harán más ciegos;

vendrán más años ciegos

y nos harán más malos.

Vendrán más años tristes

y nos harán más fríos

y nos harán más secos

y nos harán más torvos.”

Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, 1993

Cuando Javier Krahe vino a la universidad para una charla-coloquio, hacía relativamente poco del apogeo de la crisis económica mundial. Krahe se metió enseguida al público en el bolsillo con su habitual socarronería y picardía. Mucha gente pensaba que Krahe era una especie de Woody Allen castizo. Yo siempre he pensado que era un extraño cruce entre Quevedo, Azcona y Eugenio; con algo de Gómez de la Serna, Mihura y toda la troupe de La Codorniz.

La charla estuvo bien: distendida, afable, graciosa. Pero lo mejor fue verlo cantar en un bar después del protocolo institucional. Era un local pequeño. Me senté junto a mi colega Antonio para disfrutar del concierto íntimo. Al verlo tan de cerca intuíamos que le quedaba poco tiempo, aunque siempre tuvo esa pinta débil y enfermiza.

El mini concierto estuvo genial, de no ser por un pesado que sentado detrás nuestra no paraba de soltar improperios entre canción y canción. “¡Rojo borrachín!”, “Pero si apenas puedes sostenerte en pie”, “¡Lávate la barba!”… No lo decía muy alto, pero Antonio y yo nos enterábamos de todo. Krahe soltó una carcajada muy vehemente justo después de uno de esos comentarios del tipejo.

Mientras ensayaba los acordes de Marieta, Antonio y yo nos miramos, sonreímos y esperamos nuestro momento. Justo cuando Krahe cantó: “Y yo con mi canción como un…” “¡Gilipollas!” coreamos gritando y señalando al tipejo en cuestión. No supo dónde meterse y se marchó. Nos sentimos muy orgullosos.

Al terminar, Krahe se acercó y nos dijo: “Os invito a una caña”. Charlamos con él en la barra soltando las típicas paridas, le preguntamos por su vida y nos contó su famosa reflexión a raíz de no poder trabajar por veto del PSOE en los ayuntamientos donde gobernaban (su canción Cuervo Ingenuo le generó enemigos felipistas). “Estuve años sin poder tocar en muchos sitios y me dediqué básicamente a vivir de mi mujer: fueron los mejores años de mi vida”.

Nos vinimos arriba, y le aclaramos que el tipejo aquel no paraba de molestar y teníamos que hacer algo por respeto a él. Nos paró en seco. “Que sepáis que me ha jodido que le hayáis echado, me gusta tener gente así en los conciertos, me ayuda a darme cuenta de lo poco que me importan sus opiniones”. Pagó las cañas y se marchó a una mesa con otras dos personas.

Imagino que hay artistas a los que les puede la presión y las críticas, otros que las prefieren, les ponen, les motivan, y otros a los que simplemente se la resbala todo. En la era de los odiadores profesionales hay que escuchar más que nunca a Krahe.

“Le comenté: -Me entusiasman tus ojos.

Y ella dijo: -¿Te gustan solos o con rímel?

-Grandes, respondí sin dudar.

Y también sin dudar

me los dejó en un plato y se fue a tientas.”

Ángel González, Eso era amor, 1971

Cada vez que me pides (exiges) que te recomiende un top10 de películas para ver al año, un top5 de canciones para poner los sábados o 2 libros que leer en verano te digo lo mismo: “Si quieres que sea tu algoritmo personal dime qué inquietudes, gustos, preferencias tienes”. Siempre contestas lo mismo: “No sé, dime tú”. Nunca me han interesado de manera canónica los premios de ninguna academia, festival o institución especializada, las 25 películas favoritas de…, las 100 novelas que leer antes de morir, las 10 mejores canciones de tal grupo y todo ese tipo de imbecilidades para goce y disfrute de los enamorados del clickbait. Tengo muy claro lo que no me interesa y no voy a perder el tiempo con cosas que no me aportan nada. Pero lo que me cautiva, me fascina, me apasiona o simplemente me gusta puede variar dependiendo del momento. Hoy me apetece ver El color de la granada. Mañana quizás vea Robinson Crusoe en Marte. Esta mañana he puesto a todo trapo a The Bellrays. Ahora estoy escuchando a Avishai Cohen (adivina cuál). Ayer terminé de leer Los Asquerosos. Mañana o pasado tengo intención de empezar Los optimistas. ¿Cómo? Sí, sí, soy pedante, lo sé. La vida a veces es cuestión de prioridades. Lo importante es que esas prioridades sean verdaderas (y deseadas) y no impostadas (o peor aún: impuestas). ¿Qué? ¿Qué me deje de chorradas y te recomiende ya algo? Agénciate una personalidad nueva. Queda poco para las rebajas.

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Cierro esta serie de textos dedicada a la España hueca con un extracto de la novela canónica española pronunciado por el personaje canónico español: “—Yo así lo creo —respondió Sancho— y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa por que dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra España!». ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es ésta?”.


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