Cuando se encuentra con el fantasma de su padre y este le dice que ha sido asesinado por su tío, Hamlet se muestra incrédulo, no sabe si realmente ha hablado con él o se está volviendo loco, y horrorizado dice: “The time is out of joint”. La famosa frase shakesperiana es intraducible. Paul B. Preciado en su soberbio y radiante libro Dysphoria mundi propone varias traducciones libres y disfóricas: “El tiempo se ha partido en dos, el tiempo se ha desviado, se ha torcido, ha perdido el norte, se ha desguitarrado, o quizás el tiempo se ha salido de madre, se ha desmadrado o, en una traducción más libre y, por qué no, más feminista, el tiempo se ha salido de padre o se ha despadrado o despatriado. El tiempo ha dejado de ser lo que era. O incluso podríamos decir, en una traducción más pornopunk, el tiempo se ha desbraguetado, se ha echado una cana al aire, el tiempo se la ha cascado, o mejor, se ha corrido como una perra. El tiempo se ha travestido o incluso el tiempo ha cambiado de sexo. O quizás el tiempo se ha bastardizado, se ha mestizado, se ha oscurecido, se ha jaspeado, se ha vuelto negro. El tiempo está exiliado. El tiempo se ha rayado, se ha caído de culo, se ha tronchado, o se ha ido simplemente al carajo. Al puto infierno. Gone! El tiempo ya no es lo que era. El tiempo está en transición”.
En 1959 Philip K. Dick escribió la novela Time out of Joint, traducida en español como Tiempo desarticulado. Ragle Gumm es un hombre común y corriente que se gana la vida de una manera muy particular: cada día participa en el concurso diario del periódico local “¿Dónde aparecerá el hombrecito verde mañana?”, y siempre gana. Nunca ha salido de su pueblo y cuando quiere hacerlo una autoridad desconocida se lo impide. Entonces Ragle Gumm empieza a sospechar que su mundo no es más que una ilusión, construido a su alrededor con el único propósito de mantenerlo dócil y feliz. ¿Qué hay más allá de su pueblo “ilusorio” y por qué siempre acierta dónde estará el hombrecito verde?
En el cuarto capítulo Ragle y su cuñado Victor Nielson conversan:
“—Dime lo que ha ocurrido —dijo Vic.
—Nada.
—Dímelo.
—Una alucinación. Eso es todo. Recurrente.
—¿Quieres describirla?
—No.
—¿Es algo parecido a mi experiencia de anoche? No estoy tratando de curiosear. Eso me alteró. Creo que algo no va bien.
—Algo no va bien —dijo Ragle.
—No me refiero a ti o a mí o a nadie en particular. Lo digo en general.
—«El tiempo —dijo Ragle— está desarticulado»”.
En Marzo de 1960 se emitió el episodio 23 de la primera temporada de la serie The Twilight Zone: A World of Difference; el guión de Richard Matheson está ligeramente inspirado en la novela de Dick. Arthur Curtis, un ejecutivo de 36 años que va a su oficina como todos los días, está especialmente ilusionado por un viaje que va a hacer con su mujer Marian a San Francisco. Cuando termina de hablar con su secretaria escucha “¡Corten!”. Arthur Curtis es un personaje de ficción de una serie televisiva llamada “El mundo privado de Arthur Curtis” y la oficina es un plató de televisión. El supuesto actor se llama realmente Jerry Raigan, alcohólico bonachón y con una relación tormentosa con su mujer, que suele humillarlo. Arthur cree que su vida “real” es la vida escrita en el guion que ha memorizado y su mundo “ilusorio” se viene abajo. Jerry no existe en la cabeza de Arthur. ¿Qué tiempo es el real en la vida de Arthur/Jerry? La estupenda voz en off de la serie acaba el episodio diciendo: “El procedimiento para dejar esta vida es, por lo general, en una caja de pino de determinadas dimensiones. Pero hay otras formas para que un hombre salga de esta vida. Arthur Curtis tomó una carretera con una señal: «Salida por aquí». Arthur Curtis tomó rumbo a la dimensión desconocida”. En la dimensión desconocida ¿estará el tiempo igualmente desquiciado?
Roald Dahl escribió su relato Cuidado con el perro en 1946. El piloto de la RAF Peter Williamson pierde una pierna en combate contra los alemanes en la Francia ocupada de Vichy, se desmaya y aparece en la cama de un hospital en Brighton. En realidad sigue en la Francia de Vichy, y la enfermera y los médicos son actores que han preparado todo un set haciéndose pasar por británicos para sacarle información bélica útil. Este relato fue llevado al cine por George Seaton en 1964, se tituló 36 horas. El Mayor norteamericano Jefferson Pike (James Garner) conoce todos los planes para la invasión de Normandía y cae prisionero de los alemanes pocos días antes de la invasión. Aprovechando que estaba inconsciente en el momento en que le hicieron prisionero, los alemanes construyen una réplica de un pequeño centro hospitalario militar norteamericano, para convencerle de que es el año 1950, que Estados Unidos ha ganado la guerra y que él padece amnesia los últimos seis años: la idea es que lo cuente todo sobre los planes de la invasión para que los alemanes puedan adelantarse.
En 1998 Peter Weir dirigió El show de Truman, con guión del director neozelandés Andrew Niccol (Gattaca, 1997) claramente basado en la novela de Philip K. Dick y en Sylvania Waters, un reality que emitió la televisión australiana sobre la vida cotidiana de una familia pudiente en una zona residencial de Nueva Gales del Sur (Sydney) durante seis meses en 1992. Truman Burbank (Jim Carrey) descubre poco a poco que es en realidad el héroe de un espectáculo televisivo que se emite durante las veinticuatro horas del día: la ciudad en la que vive está construida dentro de un inmenso estudio, donde las cámaras le siguen en todo momento, y sus vecinos, amigos y familiares son actores. Película de una mediocridad tremenda que se convierte en lo que supuestamente critica: un Reality Show. El uso superficial y artificioso de metanarrativas o metaficciones cinematográficas suele producir obras de poca relevancia como esta, tratando de disfrazar con una pátina de crítica trivial y frívola lo que son claramente telenovelas facilonas y cursis made in Hollywood (ese mismo año se estrenó otra película insustancial y vacua: Pleasantville; estaba de moda la revisión de los realities desde el punto de vista hollywoodiense, es decir, realities al cuadrado).
Todas estas obras plantean intrigantes e interesantes paradojas temporales (y espaciales). Veamos un par de pasajes de la obra maestra de Philip K. Dick: 1) Una noche, después de cenar, Vic, el cuñado del protagonista, va al baño de su casa en busca de un antiácido, de manera automática estira el brazo para tirar del cordón de la lámpara del baño y encender la luz, resulta que no hay cordón, lo que hay es un interruptor en la pared. Escribe Dick: “No tanteaba al azar como lo habría hecho en un cuarto de baño desconocido. Buscaba un cordón de la luz del que había tirado muchas veces. Tantas como para establecer una respuesta refleja en el sistema nervioso involuntario”. Más adelante Vic se pregunta: “¿Qué es lo que falla? ¿Con qué tropecé allí? ¿Dónde he estado que no lo recuerdo?”. Hay una conciencia temporal que se ha desvirtuado y que a su vez desvirtúa el espacio. La traslación de un espacio mental, mnemónico y sensorial a un espacio físico y material que no concuerdan. Esto conecta con la fenomenología, escuela filosófica que se centra en cómo se crea la conciencia del universo externo del individuo a través de los sentidos. Sentimos un mundo exterior, pero ¿cómo podemos estar seguros de que se puede confiar en nuestros sentidos? ¿Podemos fiarnos de lo que vemos? ¿Sabemos que las percepciones del mundo de un individuo son las mismas que las de todos? Heráclito de Éfeso en su fragmento 89 exponía: “Para los despiertos existe un mundo único (koinos), pero cada uno de los dormidos se aparta hacia el suyo en particular (idios)”. El mundo de los sueños es el mundo individual y subjetivo, mientras que los despiertos comparten sus experiencias intersubjetivas. El tiempo se experimenta de manera distinta dependiendo del kosmos en el que te encuentres y estos kosmos se van intercalando, a veces, desquiciadamente.
2) Ragle y June mantienen una conversación mientras pasean por los bosques de las afueras, y June cuenta lo siguiente:
“—¿Sabes que tenemos dos escalones hasta la galería?
—Sí —dijo él, empezando a prestarle atención.
—Corrí arriba. Y subí tres. Quiero decir, pensé que había uno más. No, no lo pensé con precisión en palabras. No me dije mentalmente: Tengo que subir tres escalones…
—Quieres decir que subiste tres escalones sin pensarlo.
—Sí —dijo ella.
—¿Te caíste?
—No —dijo ella—. No fue como cuando hay tres y se piensa que hay sólo dos. En ese caso uno cae de bruces y se rompe un diente. Cuando hay dos y se piensa que hay tres… eso es verdaderamente raro. Se intenta subir uno más. Y el pie de uno baja bruscamente… ¡bang! No con mucha dureza, sólo… bueno, como si uno intentara buscar apoyo en algo que no existe. —Guardó silencio. Siempre que intentaba explicar algo teórico, se encontraba empantanada.
—Humm —dijo Ragle.
—Eso es lo que quiso decir Vic, ¿no es cierto?”.
No existe el escalón, no existe el cordón de la lámpara del baño. Ambas son materialidades cotidianas que desaparecen de repente. Si nunca estuvieron allí ¿por qué los protagonistas pensaban que sí? ¿Cómo se vuelve nuestro hogar un lugar extraño, ajeno a nosotros? ¿En qué momento la existencia subjetiva es consciente de sus fallas, huecos, espacios temporalmente vacíos? ¿Qué diferencia hay entre la percepción y reflexión sobre una realidad paradójica, opaca, compleja e inestable, y la simple, necia y pobre conspiranoia? Los personajes de Dick adquieren conciencia de que algo no va bien a partir de detalles aparentemente insignificantes. Detalles que entran en conflicto con las medidas temporales. Se confunden y entremezclan presente, pasado y futuro. Según San Agustín, los humanos nos regimos por esas tres categorías temporales mientras que Dios existe antes que el propio tiempo y sus categorías, por lo tanto Dios se sitúa “fuera” del tiempo. Boecio o San Anselmo de Canterbury indicaban no sólo que Dios está “fuera” del tiempo, sino que está “por encima” de las categorías temporales, esto es, Dios no vive el pasado, presente o futuro como los mortales; todo está dispuesto frente a Él, lo único que debe hacer es “mirar”, “observar”. En lugar de analizar el pasado sujeto a evidencias, recuerdos, huellas, rastros o intentar predecir o vaticinar el futuro Dios simplemente ve todas las cosas que suceden a la vez. Desde su perspectiva divina no existe un “antes” o un “después”. Esto parece eliminar el conflicto entre precognición y libre albedrío. Hay una curiosa conexión con la teoría temporal de Henri Bergson (filósofo de cabecera de Dick), quien en su texto Lo posible y lo real escribe: “Lo posible es pues el espejismo del presente en el pasado: y como sabemos que el futuro acabará por ser presente, como el efecto de espejismo continúa produciéndose sin descanso, nos decimos que en nuestro presente actual, que será el pasado de mañana, la imagen de mañana está ya contenida aunque no lleguemos a captarla. Eso es precisamente la ilusión. Es como si uno se figurase, al percibir su imagen en el espejo ante el cual se ha colocado, que habría podido tocarla si hubiese estado detrás”. Para Bergson cada instante es completamente nuevo, el futuro no se puede predecir. La paradoja con la actualidad es brutal: no hay futuro, pero aún así tratamos de predecirlo.
¿Cuáles son las diferencias entre soñar y vivir una experiencia? ¿Puede algo ser siempre reconocido como un sueño? ¿Cómo sabemos que lo que percibimos (ver, oír, oler, tocar, saborear) es, de hecho, la realidad? Para resolver su duda, Hamlet recrea el asesinato de su padre en una obra de teatro; Shakespearse suele hacer uso del metateatro. En el episodio de la serie The Twilight Zone se juega también con la metatelevisión, una serie dentro de otra serie. En su cuento Dahl crea un hospital británico ficticio, en la versión cinematográfica ocurre lo mismo. En Tiempo desarticulado el mundo de Ragle Gumm es puro teatro, a Truman le ocurre lo mismo: un hombre criado, educado y moldeado en un mundo televisivo. Son realidades paralelas pero realidades al fin y al cabo. Estas obras no simplifican y patologizan a los protagonistas con el síndrome de Capgras o Fregoli como locos paranoicos. Van más allá estableciendo unas coordenadas espacio-temporales donde el tiempo se desquicia y la paranoia se justifica en última instancia. Recordemos la canción Territorial Pissings del disco Nevermind; Kurt Cobain cantaba: “Que seas un paranoico no quiere decir que no te persigan”. Al contrario que el solipsismo idiota que cree que lo sabe todo y los demás no saben nada, los protagonistas de estas obras lo ignoran todo mientras que los demás lo saben todo y además contribuyen activamente a su ignorancia. Estos ignorantes tienen que ir uniendo las piezas del puzle temporal descalabrado, y las unen valiéndose del tiempo vivido, de los recuerdos, de las expectativas, de las dudas… el pasado y el futuro son tiempos activos en su presente. El tiempo no se mide con la regularidad y uniformidad de calendarios y relojes; es más intrincado, incierto, confuso y desquiciado. El tiempo se muestra en estas obras en su naturaleza primigenia, pre-humana, divina (siguiendo los patrones de San Agustín, Boecio y San Anselmo): un totum revolutum sin orden, sin medidas, sin distinción de categorías temporales. Si la verdadera esencia del tiempo es el desquiciamiento o la desarticulación, la construcción de los rangos temporales (presente, pasado y futuro) es artificial, es decir, ¿hemos creado una realidad paralela para controlar el tiempo originariamente trastornado? ¿Vivimos en una realidad temporal común ficticia? ¿Cuál es la realidad temporal verdadera: koinos kosmos o idios kosmos? Vivimos entre la clonación borreguil y el solipsismo idiotizante. ¿Hay una tercera vía posible?
Nos quejamos de vivir en mundos controlados, realidades impuestas por plutócratas y sus empresas malvadas, gobiernos espurios, enemigos ideológicos de todo pelaje, guerras culturales… (¿conspiranoias?) y ¿qué pasa con nuestras mentes? Ladrillo a ladrillo vamos construyendo muros mentales, donde se vive confortablemente hasta que el tiempo descontrolado los derriba y acabamos refugiados en sus ruinas polvorientas y escatológicas. En su relato Small Town (1954), traducido en español como La Maqueta, describe Philip K. Dick la vida de Vernon Haskel, uno de sus personajes más solipsistas: “La mente construye la realidad. La moldea. La crea. Todos compartimos una realidad, un sueño, pero Haskel volvió la espalda a nuestra realidad común y creó una propia. Y poseía una capacidad única, extraordinaria. Dedicó toda su vida y toda su habilidad a construirla. Ahora se encuentra en ella (…) Lo más costoso había sido dibujar las letras microscópicas de la puerta principal del ayuntamiento. Lo dejó para el final. Pintó las letras con agonizante minuciosidad:
ALCALDE
VERNON R. HASKEL”.
No hay reseñas todavía. Sé el primero en escribir una.